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Octubre de 2016, Croydon

Michel se bebió de un trago el resto del té y dejó la taza sobre el platillo. Le temblaba ligeramente la mano y balanceaba la cabeza con la mirada perdida. Le acaricié la nuca e interrumpí la crisis con una sola frase.

—No tienes que decirnos nada ahora mismo. Estoy segura de que mamá habría querido que te tomaras tu tiempo para pensarlo. Y sé que por eso mismo confió en ti. ¿Quieres un último bollo?

—No creo que sea muy razonable pero, por qué no, para una vez que estamos los tres juntos.

Estaba decidida a no levantarme, Maggie se dignó acercarse a la barra y pagó el bollo. Dejó el plato delante de Michel y volvió a sentarse.

—No hablemos más de eso —dijo con voz calmada—. ¿Por qué no nos cuentas cómo es un día normal de trabajo para ti?

—Mis días de trabajo son todos iguales.

—Pues elige uno en concreto.

—¿Te entiendes bien con la directora? —intervine yo.

Michel levantó la mirada.

—Es otra de vuestras maneras de hablar, ¿no?

—No, no era más que una pregunta —contesté.

—Sí, nos entendemos muy bien, lo cual es normal, porque los dos hablamos el mismo idioma. Bueno, susurramos el mismo idioma, porque en la biblioteca no se habla, se susurra.

—Ya me he fijado, sí.

—Entonces sabrás que nos entendemos bien.

—Yo creo que te aprecia mucho. Maggie, deja de mirarme así, puedo hablar con mi hermano sin que vigiles cada una de mis frases.

—¿Vais a discutir? —preguntó Michel.

—No, hoy no —lo tranquilizó Maggie.

—Lo que me fascina de vosotras —prosiguió Michel cogiendo una servilleta de papel para limpiarse los labios— es que por lo general lo que os decís no tiene ningún sentido. Y, sin embargo, cuando no discutís os comprendéis mejor que la mayoría de la gente a la que observo. De lo que deduzco que también vosotras habláis el mismo idioma. Espero haber contestado así a la verdadera pregunta que me hacías, Elby.

—Yo también lo creo. Si alguna vez necesitas consejo femenino, aquí estoy.

—No, ya no sueles estar aquí, Elby, pero, a diferencia de mamá, al menos vuelves de vez en cuando. Eso es tranquilizador.

—Esta vez creo que voy a quedarme más tiempo.

—Hasta que tu revista te mande a un país lejano a estudiar a las jirafas.

¿Por qué te interesa más la gente a la que no conoces que tu propia familia?

A otro hombre que mi hermano quizá le hubiera dicho la verdad. Quise marcharme a descubrir el mundo para encontrar la esperanza que me faltaba a los veinte años, para huir del miedo de ver mi vida trazada ya de antemano hasta el más mínimo detalle, una vida que se habría parecido a la de mi madre, a aquella que mi hermana se resignaba a tener. Había necesitado alejarme de mi familia para seguir queriéndola. Porque, pese a todo el amor recibido, me asfixiaba en ese barrio residencial de Londres.

—Me fascinaba la diversidad humana —le contesté—. Me marché en busca de todas esas diferencias. ¿Comprendes?

—No, no es muy lógico. Visto que yo no soy como los demás, ¿por qué no he bastado para ofrecerte lo que buscabas?

—Tú no eres diferente, Michel, somos mellizos, y eres la persona de la que más cerca me siento.

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